A los perros, a Candi, a Ángel, a Isis, a Toño, pero por encima de todo..., a Ovidio.
La mano de perreros íbamos ya de vuelta buscando los remolques y estábamos los de las Rehalas Corchero de charleta en el 3 de Martiáñez con Juan Padial, su mujer Rosario y Paquito Millán, quienes habían defendido aquella suerte con elegancia y buen hacer teniendo patas arriba una collerita de venaos. Hablábamos sobre el final de la temporada, la larga espera, las penas y las glorias mientras los perros trasteaban las bajeras del precioso puesto. Así, se templó el aire y su remolino a bravío fue a morir a las narices de la Paula, aquella perra tricolor de allí. El animal debió aspirar el tufo con fuerza, o así me lo quiero imaginar yo, hartándose de marrano. También, imagino, tiraría el hocico arriba al tiempo que los pelos del lomo se le ponían tiesos y los aplomos se le tensaban al sentir en los sesos que el mensaje descifrado del aire tenía como dueño a un marrano.
Y latió la cruzada de naveño y grifón y lo hizo de una forma seria y seca. Bajo la tablilla alguno apuntaba que se trataría de un bicho muerto pero volvió a latir la perra y no aguantamos más echando voces barranco abajo para animar la escena y desbocar un poco los corazones de los señores del rifle. Al parado de la perra acudieron más valientes y el lentisco que marcaba la Paula se meneó con fuerza..., la sierra abría el juego a una de las escenas más bonitas que se pueden ver en esto de la Montería Española. El guirigay de perros hilados iba detrás de la Paula recorriendo como un ciempiés los pasos del marrano que no se dejaba ver; el Coyote, el Pirata, Corbato, Pumares, Tremendo... cada vez se enganchaban más perros a la conga aquella...
A veces, entre lo espeso, se veía el bulto negro que había tomado la trocha derecha para trasponer el cogote de monte que teníamos enfrente y dejarnos con la cara de mochuelo cagalón que toca en casos así. Casi traspuesto el bicho, pegó un tornillazo y se desbarró hacia abajo con la mecha de perros encendida y echándole los alientos en el culo sin dejarle de hipar. Debió cruzar hacia abajo pero no lo vimos y los perros le marcaban la carrera sin soltar la ladra. El tema en el puesto era confuso, a veces alguien veía la sombra escurrirse entre las matas y como siempre en estos casos todo se hacía eterno y se disfrutó mucho viendo el trabajo de los perros y los embustes del marrano por librarse de la comitiva canina.
La cosa se puso seria del todo cuando la ladra, tras varios regates y vueltas por todo el testero, tomó hacia la izquierda y muy arriba en dirección a una raya vieja y sucia en la que ya esperaban apuntando los rifles y donde apareció el marrano en la única clarilla que Dios había puesto allí. Al taponazo del rifle de Juan Padial y con un tiro de esos a tenazón e imposibles, el animal encogió el cuerpo acusando el balazo y cegado por la inercia y el dolor se descolgó ya sin trocha ni destino arrollando monte con la vida y los jamones atravesados.
Los perros atenazaron las bocas donde pudieron y el aire se vació de hipidos para llenarse de regruñidos y chillidos del animal. Los alanos agarrados se sentaban de culo echando la carga atrás y el coraje delante en la boca mientras Toño y yo volábamos al encuentro de la gresca para terminar con la agonía del animal y darle una muerte noble con el acero entre las costillas. Allí estaba el Tremendo que entró por lo derecho y agarraba a la marrana por la frente mientras la Galana, el Pumares, Nerón y la Piraña aseguraban el agarre trincando los flancos y los corvejones. El resto de perros asistía a los alanos con rabia y fuerza cuando el cuchillo de Toño quebró los chillidos de la cochina dejando en el aire una calma agridulce: el soniquete de las cencerrillas, el regruñir de los perros, la alegría muda de su raboteo y la triste sentencia a la valiente marrana que se despedía, entre sangre y babas, con todos los honores, con todo nuestro respeto de esta Sierra Morena suya...
Así fue la historia