Fue el mismo vientre el que nos acomodó y en el que escuchamos los primeros ecos de la caza, los tiros retumbar, las caracolas cantar, la misma gran mujer y el mismo gran hombre los que nos regalaron el corazón que llevamos dentro y que bombea con fuerza la misma sangre que nos recorre.
Tus vestiditos siempre perfectos, tus Nenucos acicalados, tus formas tan delicadas y tus tirabuzones rubios chocaban de frente con nuestros pantalones llenos de parches, nuestros zapatos embarrados, nuestras peleas y nuestras cafradas pues tú eras una señorita y a nosotros tenían que manejarnos con perros de carea y zapatilla en el culo. Eras la última de cuatro, la niña después de tres belloteros, por fin trajiste el rosa a casa y todo cambió...
El verde y la pana llegaron solos a nuestros armarios y la caza fue aflorando en tus hermanos como algo normal, como el brote que sale de una yema, como ese pollete que con su porte tortolero empieza a hacer gárgaras subido a una piedrecilla. De la misma forma que a los perrillos nuevos se les empica con la plumilla o con los jirones de un conejo, papá empezó a llevarnos cada septiembre a la berrea, de "bulto" a alguna montería cercana. Las escopetillas de plomos, las costillas, la liria, luego vinieron las totovías, los conejillos y los mohínos, los veranos en El Rosalejo... Pero lo tuyo vino después y sin cuidarlo la verdad, jamás se te azuzó. Surgió porque tenía que surgir, porque lo llevas dentro de ti. La sangre empezó a hervirte cuando nos veías limpiar las armas y comenzaste a sentir el cosquilleo en los dedos cuando tocabas los cueros viejos del morral o aspirabas el tufo de la pringue de las jaras que lamían nuestra ropa cuando íbamos a la sierra.
La flor empezó a abrirse en Chocillas con aquella cierva que mataste en su sitio con tu ligero 270, luego vinieron las esperas y esa cochinaca de Otíñar con Carlitos...Tu sensibilidad se acollaró con tu instinto y empezaste a pasear tu elegancia y tu feminidad por la sierra alegrando al monte entero aburrido de tanta hombría y de tanto varón, de tanta rudeza. El tacto especial que tenéis las mujeres para sentir la vida te hizo valorar y respetar la muerte de las reses de la forma en que lo merecen y que a muchos nos cuesta años entender o jamás llegamos a hacerlo. Veía cómo los ojillos se te empañaban cuando los perros separaban a una gabata de su cierva y lloraba con los atravesados sin soltarle la garganta y sigues siendo incapaz de acompañarme a rematar a cuchillo... Quiero que siga así porque eres así y así te quiero. No renuncies nunca a ese respeto ante la muerte de un animal porque te hará entender la caza de la forma más justa y profunda que existe.., la única. Defiéndela de quien la ataque pero aléjate de quien llamándose cazador así no la entienda. Es un instinto que se abre dentro de ti y te recuerda quién eres.., un instinto imparable que nos gobierna y nos define, jamás te avergüences de ello hermanita pues sólo tú tienes el poder de plantearte por qué cazas...y sólo tú tienes la respuesta.
Síguenos allá donde vayamos, con tu rifle y con tu horquilla, porque eres la niña de nuestra manada...
FUE EL MISMO VIENTRE.......
Juan Galán-Ocaña