Año 1992. España organizaba en la ciudad de Sevilla la Exposición Universal. Mi padre visitó el recinto de la Cartuja y quedó prendado de la magna exposición, de modo que preparó aquel año varios viajes para que toda la familia pudiera disfrutar de la Expo.
Cada viaje se repetía la misma historia: Después de instalarnos, mi padre me daba mil duritos de vellón para la entrada, comida y algún recuerdo del evento. Lo que ocurría era que mientras mi familia ponía rumbo a la Isla de la Cartuja, yo pasaba el día de tapitas con mi primo Julio hasta que nos íbamos a los toros. Así, al final de cada día, se repetía la coversación con mi progenitor:
-¿Qué tal en la Expo, hijo? ¿Qué has visto hoy?
-Impresionante Papá. El pabellón de Marruecos, ...superior. Me tiene loco perdío.
Mientras que lo que yo conservaba en mi memoria era un quite por chicuelinas del maestro de turno.
Pues una de las muchas corridas que vi aquel año fue uno de los carteles estrella de la feria, Manzanares, El niño de la Capea, que en aquellos años estaba en sazón, y un Ortega Cano que por aquellos años todavía era Ortega Cano. Pero aquella corrida pasó a la historia porque un zambombo de Atanasio le partió el corazón al gran banderillero Manolo Montoliú que moría al poco tiempo en la enfermería de la plaza. Se suspendió la corrida en el segundo de la tarde y os podeis imaginar que se vivieron en el coso maestrante momentos muy tensos y emotivos.