Camino del puesto, a la altura del 4, levantamos un cordón de reses en el que destacaban un buen venado y un mejor gamo y que me aceleraron los pulsos más de lo que ya estaban.
Precioso tiradero el del 7. Puestazo. Un testero amplio y limpio en la parte baja que se cierra de monte de mitad de falda para arriba en marcado por dos cañadas a izquierda y derecha que parecen que ni pintadas para los marranos. La distancia media en la parte baja y el poco monte nos da confianza, "lo que entre, se queda". De Mitad de pecho para arriba, las primeras ciervas que cruzaron nos enseñaron que ya habría que torear si ese era el viaje de los venados.
Primeros minutos intensos viendo por las alturas y a mucha distancia bastantes reses en cordones con viaje hacia la dehesa de las cercas o los primeros puestos de la armada. Varios venados medianos y alguno que otro resultón.
Se abren los remolques y en una mano perfectamente cazada (y guiada) entran las rehalas de Ángel Corchero y Carlos Ruiz que nos meten en el puesto algunas ciervas, dos o tres varetos prometedores y un horquillón que se acercó a saludar. Pocos tiros en el ambiente.
Nos superan los perros y vuelven alguna res que no termina de cumplir al puesto y la espera se hizo, a partir de ese momento, larga y aburrida hasta que recogimos con el único sobresalto de ver a Pedrete tirar un venado desde su vertiginoso balcón del 4.
La escasez de tiros se manifestó sobre el cemento y las sonrisas se apagaron con la caída de un precioso atardecer sobre la dehesa espléndida que rodea la casa de La Onza. 29 venados, seis o siete gamos y otros tantos marranos fueron el breve resultado de la montería que volvió a ser afortunada para la familia Cobo (imparable este fin de semana), el pequeño Jaime Herranz que se está convirtiendo en un gran montero y algunos puestos más.
Me quedé, no obstante, con ganas de volver. Y volveré.