Ya casi estabas jubilado y se te iba a destinar a montear unas pocas veces al año en fincas cercanas al corral y cómodas de batir y también a padrear con algunas perras bonitas de la perrera para que tu elegancia y afición no se perdieran el día que faltases. Sin embargo, cosas del destino, dejaste de acudir a la caracola aquel día en La Virgen y desde entonces no hemos sabido de ti. Es extraño que un perro de tu edad y tus monterías a las espaldas no se recogiera como es debido y ya uno lanza la imaginación traicionera al aire en busca de una hipótesis que nos calme un poco y nos aclare a todos nosotros qué ha sido de ti. Desde un topetazo con una res…hasta el navajazo de un cochino…., quién sabe. La cosa es que se te echa de menos. Se nos nota a todos pero a Ovidio se le ve rumiando en la cabeza cuando pasea por la perrera buscando tu cuerpo parcheado y tu cara negra con ese lucero blanco que te cortaba el rostro; anda el hombre triste porque eres uno de los grandes, uno sin los que no se entiende cómo la rehala está donde está hoy día. Los días pasan y con ellos se va perdiendo la esperanza de que aparezcas en algún camino…o que te arrimes al cortijo del guarda. Se va perdiendo la ilusión de que suene el teléfono y nos den noticias de ti. Sé que humanizar a un animal es un error pero a veces me gusta dejarme llevar y equivocarme haciéndolo porque eres y serás siempre un gran perro, un gran compañero. Que Dios te guarde donde quiera que estés amigo Lunares.
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