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miércoles, 4 de febrero de 2015

Al remate, Juan Galán-Ocaña Nogales.

La Collera
Ratón era el mayor en edad pero era el más menudo de los dos, berrendo en colorado, fino de pelo y más ligero de pies que Caucho, un precioso urraco barbón más entallado, ancho de pechos y con el pelo algo más basto que Ratón. Jamás hizo falta acollarar a estos dos perros hermanos de padre y madre y fueron ellos mismos los que se eligieron como compañeros ignorando los criterios del perrero a la hora de decidir las colleras. Aquellos dos cachorrones mordieron las orejas y los belfos de cada uno de los perros con los que aquel hombre trataba de hermanarlos y aburrido de encontrarse a los candidatos marcados por los otros dos, les dejó hacer aceptando al par de perros como inseparables. En el fondo, a él le agradaba que aquellos dos valientes de la recova no necesitaran nunca mosquetones entre sus dos collares y se mostraba orgulloso ante los compañeros de suelta cuando al tocar la caracola acudían, más tarde que temprano, los dos animales carleando, trotones, cuello con cuello y manchados de sangre:

               - Ahí tienes a "Los Hermanos" Antonio; decían los demás perreros.

   Muy lejos de idealizar aquella relación de hermanos, la magia se perdía cada vez que alguna perrita del corral estaba alta y turbaba el aire con su calentura o cuando el menú era los despojos del matadero del pueblo. Entonces, los dos perros medían las fuerzas y primero lo hacían de forma caballerosa, erizando los lomos, torciéndose las miradas, sacando los pechos de los encajes y envarando el rabo hacia arriba. Hasta aquí la educación y los avisos porque después venían las orejas hacia atrás, los morros arrugados enseñando los marfiles y el estribillo de gruñidos que traducidos debían de significar algo así:

          - Tú ven pa´ca hermanito que te voy a hacer un trapo con estos piños blancos que ves brillar aquí, colega.

    De esta guisa y cuando el hambre les gobernaba, el celazo los cegaba del todo o el contoneo de la chucha les recordaba que tenía ganas de fiesta, las maneras y la hermandad perruna se dejaban a un lado hasta que aquello se aclarase a base de mordiscos y revolcones. Siempre había uno que terminaba cediendo cuando patas arriba y en posición sumisa era marcado en el cuello con los alicates del hermano. Salvando estos conflictos típicos, aquellos dos perros eran fieles el uno al otro y siempre iban de frente entre ellos aunque hubiera que hacerlo a las bravas.

   Por lo demás siempre se defendían cuando en la perrera o en el camión se liaba una tangana, bien por la comida, por un lugar donde tumbarse después de montear o por algún pequeño ajuste de cuentas que debieran saldar sin que la voz o el palo del perrero mediara entre ellos. Cuando ésto ocurría, el hermano ajeno a la gresca siempre acudía atravesando el remolque o el corral atropellando al resto de animales que le separaban del implicado en la bronca y entre los dos apañaban bien al adversario dejándolo cosido a tarascadas y fuera de juego por un tiempo. Como buenos hermanos se defendían el uno al otro, tuvieran o no razón...

   No creo que fueran los mejores perros cazando pero aquellos dos cruzados eran perros completos y acudían casi siempre a las ladras animando con sus voces el lance. Las narices les funcionaban bien y así se ganaron el respeto de los demás perros y del perrero, que los tenía por perros seguros cuando daban de parada. En los agarres los dos sujetaban y ayudaban a resolver aquello mordiendo sin mucha precisión ni elegancia pero firmes, aguantando la presa hasta que el perrero firmaba aquello cuchillo en mano. No fueron pocas las veces en que alguno de los dos acababa con los cueros rajados, las carnes al aire o algún mondongo fuera de su sitio. Aquello sí que le aflojaba a uno los nervios cuando ya de noche y con la lumbre temblando en lo oscuro veía aparecer a los dos hermanos, emparejados los cuellos, los pasos al compás del peor parado, con los hocicos y los cuerpos manchados con las dos sangres de la refriega y con las cabezas bajas meneando las colas tratando de decir:

                 - Sentimos el retraso jefe pero aquí mi hermano y yo hemos tenido más que palabras con un arocho que nos ha dado más cera de la que dieron a los Tercios de Flandes, ¿sabe usted?..

   La última vez que los vi cazando fue la temporada pasada en El Rosalejo. Yo estaba en el puesto que pega a los alambres del Tamujar y ellos volcaban el pecho de enfrente con ocho o diez perros más detrás de un cochinaco cano que no pude tirar. Iban de los primeros con el rabo alegre y hipando sin parar ajenos a los avisos del marrano cuando giraba la cabeza para enseñar los tronchos. Iba uno a dos metros del otro, Caucho un poco más adelantado que Ratón,  buscando librar la batalla, ganarla o perderla, con las armas en la boca y el valor intacto y encendido en los ojos... Allá iban "Los Hermanos" dispuestos a todo.., estoy seguro de que vencieron...


6 comentarios:

Picatoste dijo...

Es precioso, campero, oportuno, entrañable... ¡cualquiera escribe detrás de ti!

Yumi dijo...

Más bonito es difícil Juan .
Ufffff!!
Enhorabuena !!!

ANGEL CORCHERO dijo...

Sin palabras Juan, me siento orgulloso por todo de ser tu amigo. INSUPERABLE

Anónimo dijo...

Yo también estoy seguro que vencieron. Estoy seguro que eran perros sin miedo y con mucha fuerza, para que junto al resto de la rehala, plantarle cara y VENCER lo que se les pusiera por delante, por grande y gordo que fuera el cochino y por afiladas que tuviera las navajas.

Fdo.: un podenquillo del norte, familia por parte de Padre, al que Ratón y Caucho enseñaron todo lo que sabe de montería.

Anónimo dijo...

Quiero entrever el verdadero trasfondo del relato.
Un abrazo de corazon para toda la familia Galan-Ocaña Nogales y en especial para mi fisio Carlos.
" Uno de los Politos "

Antonio García Jr dijo...

Enhorabuena y gracias Juan por tan precioso relato.

Un fuerte abrazo a Ratón, a Caucho y al resto de la Rehala