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viernes, 6 de febrero de 2015

El Lance, por Antonio Galán Ocaña.

  EL LANCE

          El día era gris, plomizo, y el agua caía a ratos, mansa, sin alardes de jarreo. Estaba encamado a media falda del pecho que bajaba al arroyo, en un apretón de monte cerca de una chaparra de tronco retorcido.Un poco por delante tenía un puntalete. No era un cochino serio, cuajado, era un navajerete que ya apuntaba maneras.
          Llevaba allí desde que había despuntado el día, con un cielo oscuro como si no tuviera ganas de amanecer. Al rato, y ya con las claras, le llegaron de muy lejos, amortiguados y perezosos, los ecos de unos ladridos distintos entre sí, que se entremezclaban unas veces y otras sólo se oían uno o dos.También distinguió el tintineo de una cencerrilla que a ratos se apagaba.
          Siguió echado pero enveló las orejas queriendo abarcar y saber más. Arrugaba y estiraba la jeta buscando vientos que le informaran. El aire no lo tenía franco de cara, y eso no le gustó. Aquella zarabanda lejana de ladridos había cesado, perro no estaba tranquilo. No era como tantas veces que se había retirado al monte con la sinfonía de ruidos y olores que tan bien conocía.
          Se levantó inquieto y, de pronto, se le encendieron en sus adentros todas las alarmas y todos los miedos. El aire había revocado. Ya no lo tenía a su favor, lo sentía muy suave pero por detrás. Las cerdas de la raspa, desde el cogote hasta el rabo, se le empinaron. Aquello fué visto y no visto. Levantó la jeta angustiado y entonces los vió, con medio cuerpo asomado al puntal. Ni el más mínimo charabasqueo había barruntado su llegada. Uno, dos, tres, hasta cuatro perros tenía enfrente. Le pareció que llevaban anchos collares negros.
          No necesitó más. Como un rayo se dió la vuelta y arrancó pecho arriba corriendo como nunca lo había hecho. Las pezuñas tocaban el suelo lo justo para tomar los impulsos que necesitaba en su carrera.
          Los perros reaccionaron al momento. El verlo correr fué el estímulo que necesitaban para perseguirlo. Arrollaba los espesinares de monte sin miramientos, con la determinación que da el saberse en un peligro cierto. Pero el romper monte le refrenaba la carrera y para cuando llegó a la cuerda, tenía a los perros pegados, escoltándolo. Ladrar, eso sí, ladraban poco los condenados; sólo un harpío suelto interrumpía el frenético ritmo de sus jadeos.
          Cuando empezó a bajar ya sintió la primera dentellada en un jamón pero no dejó de apretar la carrera. Por eso sería que enseguida se zafó, pero aquello no podía durar mucho. Otra boca se le agarró al costillar y ahora sí notó el desgarrón. Y en ese instante, tomó la decisión. Iba por derecho a unos lentiscos apretados y justo allí,  paró en seco y se rodeó. Ellos también frenaron, quizá sorprendidos por la maniobra, quizá por saber que ya lo tenían asegurado. Ahora los vió bien y, sí, los collares eran más negros que la pez. Las bocas amenazantes dejaban ver las hileras de incisivos, caninos, molares, no faltaba ni uno. Los belfos los tenían rebozados de babas con espuma, sería por los afanes.Y en los ojos centelleantes les bailaba el final en las pupilas.
          En un segundo uno de ellos, con trazas de alano, se le fué derecho a la jeta, a morder donde fuera. Pero antes de cerrar la boca, el navajerete le tiró un derrote rápido, seco y fuerte que lo volteó en el aire. Mientras se recomponía, otros dos se le echaron encima por el otro lado. Uno corrió la misma suerte que su compañero y el otro, más medroso, reculó.
          Por unos instantes hubo una tregua. Presintiendo un nuevo ataque, el cochino tiró dos o tres viajes rápidos a izquierda y derecha, al aire, y como un poseso dió media vuelta y emprendió la carrera. Los perros se miraron y reanudaron la persecución. Pero algo había cambiado.De la fiereza inicial, de la confianza ciega había pasado a perseguirlo encendidos, sí, pero con un punto de respeto.
          A una treintena de metros, el navajerete pegó un topetazo con una malla que casi le hace rebotar. Se oyó en toda la sierra un golpetazo metálico, ondulado, que se extendió como si hubiera caido una piedra en un chilanco. Los perros, sorprendidos, pararon de nuevo. Reunió los arrestos que le quedaban y metió la jeta entre la alambrera y el suelo. Aquello cedió lo justo para que desollándose la barriga, en un pis pas se viera al otro lado.
          Apenas se puso en pie volvió a correr y no paró en un buen rato. Dios sabe donde traspuso. De trecho en trecho giraba la cabeza y ya no veía perros. Fué aflojando la carrera y se atemperó a un trote vivo. Cuando por fin paró, se tapó en el monte y escuchó con toda la entrega de que fué capaz. Su jeta era un acordeón mudo que de vez en cuando dejaba escapar un soplo profundo y lento. Así estuvo hasta que oscureció.
          Todo lo que le llegaba era grato: los olores de la tierra, del tomillo, de la lavanda, el ruidillo de un ratón a sus asuntos, el vuelo algodonoso del búho, la gresca lejana de una piarilla de rayones... Era la vida que seguía.
          Y entonces se percató de todo. De los dolores que le mordían, de las gotas de sangre espesa y cálida que se deslizaban de cerda en cerda en el jamón y en el costado, del cansancio, de la angustia, del riesgo, de todo. Pero aquello sanaría en cuanto diera con una baña. Muy despacito hozó un poco y se zampó cuatro o cinco lombrices y unas raicillas.
          Había dejado de llover, ni una nube. Por el viso que tenía enfrente vió el cielo. Estaba entorchado de estrellas, como el manto de la Virgen, aunque él sólo percibió las más grandes y que más brillaban.

          Carlitos se había salvado.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Al remate, Juan Galán-Ocaña Nogales.

La Collera
Ratón era el mayor en edad pero era el más menudo de los dos, berrendo en colorado, fino de pelo y más ligero de pies que Caucho, un precioso urraco barbón más entallado, ancho de pechos y con el pelo algo más basto que Ratón. Jamás hizo falta acollarar a estos dos perros hermanos de padre y madre y fueron ellos mismos los que se eligieron como compañeros ignorando los criterios del perrero a la hora de decidir las colleras. Aquellos dos cachorrones mordieron las orejas y los belfos de cada uno de los perros con los que aquel hombre trataba de hermanarlos y aburrido de encontrarse a los candidatos marcados por los otros dos, les dejó hacer aceptando al par de perros como inseparables. En el fondo, a él le agradaba que aquellos dos valientes de la recova no necesitaran nunca mosquetones entre sus dos collares y se mostraba orgulloso ante los compañeros de suelta cuando al tocar la caracola acudían, más tarde que temprano, los dos animales carleando, trotones, cuello con cuello y manchados de sangre:

               - Ahí tienes a "Los Hermanos" Antonio; decían los demás perreros.

   Muy lejos de idealizar aquella relación de hermanos, la magia se perdía cada vez que alguna perrita del corral estaba alta y turbaba el aire con su calentura o cuando el menú era los despojos del matadero del pueblo. Entonces, los dos perros medían las fuerzas y primero lo hacían de forma caballerosa, erizando los lomos, torciéndose las miradas, sacando los pechos de los encajes y envarando el rabo hacia arriba. Hasta aquí la educación y los avisos porque después venían las orejas hacia atrás, los morros arrugados enseñando los marfiles y el estribillo de gruñidos que traducidos debían de significar algo así:

          - Tú ven pa´ca hermanito que te voy a hacer un trapo con estos piños blancos que ves brillar aquí, colega.

    De esta guisa y cuando el hambre les gobernaba, el celazo los cegaba del todo o el contoneo de la chucha les recordaba que tenía ganas de fiesta, las maneras y la hermandad perruna se dejaban a un lado hasta que aquello se aclarase a base de mordiscos y revolcones. Siempre había uno que terminaba cediendo cuando patas arriba y en posición sumisa era marcado en el cuello con los alicates del hermano. Salvando estos conflictos típicos, aquellos dos perros eran fieles el uno al otro y siempre iban de frente entre ellos aunque hubiera que hacerlo a las bravas.

   Por lo demás siempre se defendían cuando en la perrera o en el camión se liaba una tangana, bien por la comida, por un lugar donde tumbarse después de montear o por algún pequeño ajuste de cuentas que debieran saldar sin que la voz o el palo del perrero mediara entre ellos. Cuando ésto ocurría, el hermano ajeno a la gresca siempre acudía atravesando el remolque o el corral atropellando al resto de animales que le separaban del implicado en la bronca y entre los dos apañaban bien al adversario dejándolo cosido a tarascadas y fuera de juego por un tiempo. Como buenos hermanos se defendían el uno al otro, tuvieran o no razón...

   No creo que fueran los mejores perros cazando pero aquellos dos cruzados eran perros completos y acudían casi siempre a las ladras animando con sus voces el lance. Las narices les funcionaban bien y así se ganaron el respeto de los demás perros y del perrero, que los tenía por perros seguros cuando daban de parada. En los agarres los dos sujetaban y ayudaban a resolver aquello mordiendo sin mucha precisión ni elegancia pero firmes, aguantando la presa hasta que el perrero firmaba aquello cuchillo en mano. No fueron pocas las veces en que alguno de los dos acababa con los cueros rajados, las carnes al aire o algún mondongo fuera de su sitio. Aquello sí que le aflojaba a uno los nervios cuando ya de noche y con la lumbre temblando en lo oscuro veía aparecer a los dos hermanos, emparejados los cuellos, los pasos al compás del peor parado, con los hocicos y los cuerpos manchados con las dos sangres de la refriega y con las cabezas bajas meneando las colas tratando de decir:

                 - Sentimos el retraso jefe pero aquí mi hermano y yo hemos tenido más que palabras con un arocho que nos ha dado más cera de la que dieron a los Tercios de Flandes, ¿sabe usted?..

   La última vez que los vi cazando fue la temporada pasada en El Rosalejo. Yo estaba en el puesto que pega a los alambres del Tamujar y ellos volcaban el pecho de enfrente con ocho o diez perros más detrás de un cochinaco cano que no pude tirar. Iban de los primeros con el rabo alegre y hipando sin parar ajenos a los avisos del marrano cuando giraba la cabeza para enseñar los tronchos. Iba uno a dos metros del otro, Caucho un poco más adelantado que Ratón,  buscando librar la batalla, ganarla o perderla, con las armas en la boca y el valor intacto y encendido en los ojos... Allá iban "Los Hermanos" dispuestos a todo.., estoy seguro de que vencieron...


lunes, 2 de febrero de 2015

Tentadero en la plaza colorá.


Me sugieren muchas cosas estas imágenes pero, en vez de rebuscar las palabras, prefiero ahorrar capotazos. Los justos para poneros en suerte estas fotografías de un reciente tentadero en La Marquesa en el que Curro estuvo sensacional con un importante "Extravagante" con el hierro de la "L".
¡Va toro!

2015, el año de Curro.

En apenas unos días, en la plaza de Valdemorillo, Curro Díaz iniciará su decimoséptima temporada como matador de toros. Los aficionados conocen de sobra la trayectoria y maneras del coleta linarense y no viene a cuento reiterar sus logros ni su clase torera.
Todo el mundo recuerda que después de salir a hombros por la puerta grande de Madrid la carrera de Curro tomó impulso y en los años posteriores al triunfo en la capital llego a vestirse de luces entre treinta y cuarenta veces por temporada. Curro caía bien en cualquier cartel y atravesaba buen momento de forma e inspiración.
Una inoportuna y gravísima (por el tiempo que tardó en recuperar) cornada en Sevilla supuso un parón serio en la carrera de Curro. La situación general de la Fiesta, azotada duramente por la crisis, y la falta de un triunfo importante en Madrid o Sevilla hicieron que en las últimas dos temporadas curro Díaz se vistiera de luces menos de lo que él y sus partidarios deseamos.
Este Invierno ha pasado algo. Tras la ruptura amistosa con su apoderado Ignacio González, Curro y la familia Morales decidieron unir sus caminos e iniciar un proyecto de apoderamiento que está dando sus primeros pasos...y sus primeros frutos.
A estas alturas de año ya tienen abrochadas 8 o 10 fechas. Casi tantas como las que toreó en toda la temporada 2014. algunas, como el caso de Valdemorillo, Bocairente o Arles ya con los carteles en la calle.
Siendo esto importante, más importancia le doy yo a lo que veo en ese tamdem Díaz- Morales. Y es que la complicidad y sintonía que hay entre ellos hace que se respire un ambiente de ilusión, trabajo y alegría alrededor del torero. No hay más que ver a Curro entrenado o en algún tentadero (está siendo un Invierno intensísimo para él) para palpar que esta temporada puede ser especial. En su mirada, en sus gestos y por supuesto, en su manera de torear, hay algo distinto este Invierno. Sigue habíendo en él esas exquisitas maneras de mover los trastos pero quizás se aprecie en su tauromaquia más firmeza y mando en las suertes.
En el equipo del torero entran, además, dos nombres nuevos: El contrastado banderillero Daniel Oliver que sustituye en la cuadrilla a José Manuel  Montoliú y David Muñoz "Lebrija", personaje especialísimo en el mundo del toro que será el hombre de confianza del matador en el campo y en las plazas.
Por todas estas circunstancias y porque, no se olvide, Curro tiene la moneda, apuesto porque 2015 va a ser el año. El año de curro Díaz.